El cuarto jardin de la dichosa muerte

Me gustaba andar solo, por ahí,
por un parque,
o como otros llamaban,
jardín,
me eché a dormir y en mis sueños vi un mundo sin igual,
al que la corriente echa para allá,
todo era más pesado,
con mucha más gravedad,
pues me hacía daño,
también cuando no hay verdad.

Una señora me encargó separar,
las almas pegadas,
de la misteriosa verdad,
pues les daban peso,
para que se puedan ahogar.

Así pasaron los días,
y yo seguía durmiendo,
seguía viendo y viviendo
lo que me ofrecía ese lugar,
en el cual ni el amor se atrevió a entrar,
pues era como un país de desilusión,
de todo lleno de estupor y una fragancia,
al mal hecho y a todo ese peso.

Sólo sé que yo andaba por ahí,
y que al más camino se me formaba una cicatriz,
pues no quería vivir,
ya no sentía mi columna,
pues como los monos caminaría,
dejado ya aquel mundo irracional por el que anduve,
ahora me encontraba aquí,
tratando de por lo menos ser feliz.

Hasta que caí,
y nadie me levantó,
ni siquiera eso llamado amor,
que alguna vez me siguió,
ya lo veía lejos y sin razón...

Dios apiádate de mí, quiero ver un bonito color,
despeja ya mi imaginación,
que me muero porque esta cárcel no es mía,
está sola y me enfría.

Ya después de bastante tiempo se acercó,
la misma dama que una vez me ató,
y me condenó a un futuro incierto,
a todo este dolor,
y con un latigazo en la cara,
me despertó de ese sueño hiriente,
viendo que sólo había pasado un instante,
recobré mis fuerzas,
y anduve,
anduve,
queriendo olvidar ese mundo ambiguo que hay,
en el que se condena la incapacidad,
y el temor de los rechazos,
para el cual, la gravedad te hace pedazos...